EL VALOR DE LA TERTULIA
EL VALOR DE LA TERTULIA
Hoy menaza tormenta. ¡Qué digo! Está tronando. Y las tormentas en Valencia, como sus tracas, son una prolongación de rugidos y luces como un volcán en erupción. Es uno de esos días lúgubres y tristes que anuncian tragedia, cuando el día se torna en noche y un nudo en la garganta te pone en estado de alerta esperando un trágico final; cuando la naturaleza, en fin, impone su voluntad y hace recordar al hombre que sus truculentas maniobras y guerras no la coartan para demostrar su fuerza.
Esta tarde no hay paseo ni tertulia con los amigos, me quedo en casa disfrutando, en este caso, de una soledad deseada. No siento deseos de escribir ni tampoco leer: quiero ver la tele. Los programas de sobremesa de TV ya se ponen en marcha y me acomodo saboreando una taza de café, con la esperanza de pasar una tarde agradable. Conecto el canal X, y a los pocos minutos un avance informativo da cuenta de la tragedia producida por un atentado, en el que muestran unas imágenes estremecedoras que mueven el ánimo a salir a la calle gritando. Entre los muertos y heridos se encuentran varios niños desfigurados por efecto de la explosión, y los cuerpos sin vida yacen en el suelo en un charco de sangre como perros que caen fulminados por la metralla. Mi proyecto de felicidad se ve truncado y siento que las nauseas me revuelven el estómago, mientras resuenan en mi cabeza los lamentos de los infelices. Sin pensarlo dos veces me paso al canal B. Aquí me espera un reportaje de la Guerra Civil, en el que se puede ver la gente correr con su hatillo al hombro por las calles de Madrid ahuyentados por los aviones buscando un refugio donde poder esconderse. No tengo buenos recuerdos de estos acontecimientos y siento como una bofetada en pleno rostro que me obliga a cambiar nuevamente de canal. Hago zappin y me paso al C. Una pléyade de sátrapas o personajillos que circulan por las tertulias del mal llamado mundo rosa, sin peso y sin arraigo, y no pocas veces sus respectivos y ociosos retoños, se enzarzan en un debate de insultos y acusaciones tratando de hacerse ver, aunque su honor y su privacidad, la cual intentan proteger, se vea por los suelos. Me siento incómodo y me veo observado por los que están enfrente que me señalan como cómplice de ellos. No obstante, por unos momentos desciendo a esa zona oscura de nuestro cerebro que se llama subconsciente y que nos suele traicionar tan pronto le das la espalda. Pero no, hay una fuerza interior que se resiste y me aconseja desconectar si no quiero enfermar. Enseguida cambio y paso al siguiente, donde todo es un calco del canal anterior, con la diferencia que aquí hay otros figurantes que trapichean igualmente con su dignidad, como en un mercadillo, o la venden al mejor postor. A partir de ahí, tampoco habrá reparos morales para airear trapos sucios y secretos de alcoba, y donde algunos jumentos de la palabra hacen alarde de sus miserias verbales al estilo de Gran Hermano. Pero tenaz en la idea de consumar mi deseo, sigo cambiando de canal, y mi asombro no es menor cuando veo en número de cuatro espacios televisivos destinados al engaño y la picaresca más refinada, dirigidos por falsos redentores que se valen de la ignorancia para hacer prevalecer sus criterios, o se atreven a dar consejos que llevan muchas veces a la confusión y la ruina moral a todo el que busca desesperadamente solución a su desgracia. Me detengo en uno de ellos y observo las reacciones de la falsa pitonisa a la hora de contestar una llamada de teléfono, en la que una señora, que parece ser joven, le pide su favor y su vaticinio respecto de su relación amorosa y también de su situación económica.
-¿Tú estás casada, verdad? pregunta la adivinadora.
-No, no estoy casada contesta la señora.
-Te veo trabajando y bien remunerada. ¿Es así?
-No, yo no trabajo, estudio.
-En tu vida veo un tal Ramón, que puede ser cuñado tuyo,como si tratara de conquistarte.
-¿Ramón? ¡No conozco ningún Ramón! Además, soy soltera e hija única.
-Sí que lo hay, y verás muy pronto que formará parte de tu vida.
¡No lo puedo creer!
¡Bah, qué asco! Sí, eso es justamente lo que digo cada vez que me pongo frente a la pantalla del televisor.
Cojo el paraguas y me dispongo a buscar a los amigos.
¡Hola chicos! Aquí estoy dispuesto a pasar una tarde feliz. Y como me siento generoso, os invito a una cerveza.
¡Vicent, por favor, trae unas cañas!
¡Esto es vida!
Cayetano Bretones
Hoy menaza tormenta. ¡Qué digo! Está tronando. Y las tormentas en Valencia, como sus tracas, son una prolongación de rugidos y luces como un volcán en erupción. Es uno de esos días lúgubres y tristes que anuncian tragedia, cuando el día se torna en noche y un nudo en la garganta te pone en estado de alerta esperando un trágico final; cuando la naturaleza, en fin, impone su voluntad y hace recordar al hombre que sus truculentas maniobras y guerras no la coartan para demostrar su fuerza.
Esta tarde no hay paseo ni tertulia con los amigos, me quedo en casa disfrutando, en este caso, de una soledad deseada. No siento deseos de escribir ni tampoco leer: quiero ver la tele. Los programas de sobremesa de TV ya se ponen en marcha y me acomodo saboreando una taza de café, con la esperanza de pasar una tarde agradable. Conecto el canal X, y a los pocos minutos un avance informativo da cuenta de la tragedia producida por un atentado, en el que muestran unas imágenes estremecedoras que mueven el ánimo a salir a la calle gritando. Entre los muertos y heridos se encuentran varios niños desfigurados por efecto de la explosión, y los cuerpos sin vida yacen en el suelo en un charco de sangre como perros que caen fulminados por la metralla. Mi proyecto de felicidad se ve truncado y siento que las nauseas me revuelven el estómago, mientras resuenan en mi cabeza los lamentos de los infelices. Sin pensarlo dos veces me paso al canal B. Aquí me espera un reportaje de la Guerra Civil, en el que se puede ver la gente correr con su hatillo al hombro por las calles de Madrid ahuyentados por los aviones buscando un refugio donde poder esconderse. No tengo buenos recuerdos de estos acontecimientos y siento como una bofetada en pleno rostro que me obliga a cambiar nuevamente de canal. Hago zappin y me paso al C. Una pléyade de sátrapas o personajillos que circulan por las tertulias del mal llamado mundo rosa, sin peso y sin arraigo, y no pocas veces sus respectivos y ociosos retoños, se enzarzan en un debate de insultos y acusaciones tratando de hacerse ver, aunque su honor y su privacidad, la cual intentan proteger, se vea por los suelos. Me siento incómodo y me veo observado por los que están enfrente que me señalan como cómplice de ellos. No obstante, por unos momentos desciendo a esa zona oscura de nuestro cerebro que se llama subconsciente y que nos suele traicionar tan pronto le das la espalda. Pero no, hay una fuerza interior que se resiste y me aconseja desconectar si no quiero enfermar. Enseguida cambio y paso al siguiente, donde todo es un calco del canal anterior, con la diferencia que aquí hay otros figurantes que trapichean igualmente con su dignidad, como en un mercadillo, o la venden al mejor postor. A partir de ahí, tampoco habrá reparos morales para airear trapos sucios y secretos de alcoba, y donde algunos jumentos de la palabra hacen alarde de sus miserias verbales al estilo de Gran Hermano. Pero tenaz en la idea de consumar mi deseo, sigo cambiando de canal, y mi asombro no es menor cuando veo en número de cuatro espacios televisivos destinados al engaño y la picaresca más refinada, dirigidos por falsos redentores que se valen de la ignorancia para hacer prevalecer sus criterios, o se atreven a dar consejos que llevan muchas veces a la confusión y la ruina moral a todo el que busca desesperadamente solución a su desgracia. Me detengo en uno de ellos y observo las reacciones de la falsa pitonisa a la hora de contestar una llamada de teléfono, en la que una señora, que parece ser joven, le pide su favor y su vaticinio respecto de su relación amorosa y también de su situación económica.
-¿Tú estás casada, verdad? pregunta la adivinadora.
-No, no estoy casada contesta la señora.
-Te veo trabajando y bien remunerada. ¿Es así?
-No, yo no trabajo, estudio.
-En tu vida veo un tal Ramón, que puede ser cuñado tuyo,como si tratara de conquistarte.
-¿Ramón? ¡No conozco ningún Ramón! Además, soy soltera e hija única.
-Sí que lo hay, y verás muy pronto que formará parte de tu vida.
¡No lo puedo creer!
¡Bah, qué asco! Sí, eso es justamente lo que digo cada vez que me pongo frente a la pantalla del televisor.
Cojo el paraguas y me dispongo a buscar a los amigos.
¡Hola chicos! Aquí estoy dispuesto a pasar una tarde feliz. Y como me siento generoso, os invito a una cerveza.
¡Vicent, por favor, trae unas cañas!
¡Esto es vida!
Cayetano Bretones
7 comentarios
Goreño -
tequila -
Me gustó
Tequila
Perseida -
Hace tiempo que apenas si veo la tele, y es por todas esas razones que nos cuentas.
Un placer leerte.
Saludos.
Goreño -
Torinjonsky -
NOFRET -
Muy bien relatado, como siempre, me hizo sentir la tormenta en mi casa!
Saludos, me voy a ver la tele. ;)
Pablo A -
Muy bien contado, Goreño ;)